Poema LXIX: UNA ROSA CON OFICIO DE PUÑAL
Ayer me robé una rosa
mientas caminaba solo
disfrazado de refugio.
Pasé junto a ella y me llamó,
me sedujo con su rutina fragante,
con su textura carmesí,
con su velo aterciopelado.
Estabas desnuda, deslumbrante,
como un suelo rocoso
rociado de escarcha y silencio.
Te vi cautiva, callada, pálida,
y fueron mis manos
la plegaria anidada
en tus pétalos de
paloma enjaulada.
Me hiciste encallar
sobre tu feminidad de espinas,
y esparciste en mis ansiosos labios
tu polen de sedimento inconcluso.
Me deslicé sobre el rocío
que te amó al alba,
y tu cruel adormecimiento
circuncidó mis manos nativas,
que en respuesta te embalsamaron
con mi sangre convulsa.
Paseamos juntos por veredas etéreas,
y contemplamos desmayos silentes
de danza entre luces y cipreses,
junto a infantes cerúleos
con vocación de palma.
De las rosas fuiste la más bella,
rosa ingenua, esclava inédita,
sonido invernal, escultura renacida,
tormenta de hojas secas,
abrigo del viento entumido...
Pero eso fue ayer,
y ahora parece tan lejano,
tan ajeno... y te extraño.
En la hora que llora la tarde
te desvaneciste en mis manos
como plumas cansadas de llover.
En cada pétalo caído vi una lágrima,
y en cada lágrima una palabra:
como un adiós o un tal vez.
Sobre tu imagen extinta lloré;
filtré entre mis dedos tus despojos
de noche poblada de ríos serenos,
tomé tu tallo sufrido y mortal,
clavé éste recuerdo
como una daga
en mi corazón de huérfano,
y triunfalmente
me sacrificaste junto contigo.
Alonso Véner