SONETO IV
El Ruiseñor y la rosa blanca
Sobre la horqueta de la rama añeja
compone el ruiseñor su serenata;
que al fin, la rosa blanca se percata,
cuando el ocaso su presencia deja.
Trina el ave de júbilo y festeja
su amor por esa rosa que lo mata;
la flor, es hembra, ¡su pezón de plata!
para que un ave libe miel refleja.
Desnuda ya la rosa blanca posa,
trasmutando el hechizo de su venda
en rubor de una luna esplendorosa.
Y entre su sino y la secreta senda
el ruiseñor sutil besa a la rosa
despertando una suerte de leyenda.
Alí Al Haded