LA MUERTE MÁS ÚTIL
Estos días hablo y no me escucho.
Escribo anónima la palabra anónimo
y la deslizo por debajo de la puerta
de una casa demolida.
Pólvora y agua es lo que sale de mi boca,
cantos rituales que hacen
llover sobre el mar,
huracán en fuga que se arroja
como una hembra en celo
sobre la plaza
pública de un
pueblo fantasma.
Siembro canarios en tierra de ataúdes
pero ante el escándalo del mono
la voz de los planetas se disuelve.
Ser crucifixión no es el oficio más
triste, es este:
la gran impertinencia
de obsequiarte flores cuando quieres pan,
de ofrecerte pan cuando vives de cocaína,
y de no ser mártir para tranquilizar
a quienes necesitan inventarse un dios
desesperadamente.
Puesto que a nadie doy lo que desea,
este oficio blanco es uno inútil:
¿qué hago además
de improvisar sonatas para sordos
o componer un himno en el país de los exilios?
Nada :ya me veo muerta
en medio de una huerta
con flores amarillas que suenan a canario.
Adelaida Caballero