MIENTRAS MUERE LA DICHA
He visto a la dicha perderse gritando por un umbrío y solitario bosque,
donde el último día pasaba, silencioso,
olvidando a los hombres como a gastadas hojas que una lenta estación sostiene todavía.
Nunca más, desdeñosa entre las tardes, su máscra dorada,
las luminosas manos conduciendo los sueños a un sediento vivir,
el fugitivo manto,
su reflejo engañoso entre la hiedra que los recuerdos guardan como un reino perdido.
¡Oh doliente descanso de la tierra!
Alguien espera aún junto al río indeciso que la sangre contiene:
el que en su oscuridad golpea vanamente las paredes,
persiguiendo una sombra más alta que sus noches,
y al amanecer mira apenas la terca ceniza y alguna flor marchita sobre el pecho;
y más allá los otros,
los que buscan ese rincón del aire preparado a su forma
como un cuerpo anterior que en remotas edades habitaron.
Ellos quieren asir una huella en el polvo,
detener en la luz sus pobres paraísos hechos de lentos, trabajosos dones,
pero basta ese soplo,
que apenas si estremece las oscilantes ramas,
para trocar la paz por una muerte,
por lánguida costumbre los deseos.
Porque indefensos viven los hombres en la dicha
y solamente entonces, mientras muere a lo lejos su vana melodía,
recobran nuestros rostros una aureola invencible.
Olga Orozco
Selección de Dina Posada.
Incluido en Relámpagos de lo invisible - Antología. Primera edición 1998 - Fondo de Cultura Económica de Argentina S.A.