LAS FLORES DEL GUAYACÁN
A MARÍA
Cuenta la vieja leyenda
de una raza desgraciada,
que fue en los pasados siglos
de esta tierra soberana
raza que tuvo su historia,
pero una historia de lágrimas,
copiosa como los ríos
que bajan de sus montañas.
Historia que yo he leído
con el alma desgarrada
en las rocas y en los árboles
de los valles de mi patria.
Que allá en los lejanos bosques
donde florece la caña
y confunden sus aromas
el dátil y la guayaba.
Bosques que guardan la cuna,
como muralla sagrada,
del Paraná, cuyas ondas
besan y lavan su planta.
Hay un árbol gigantesco
de alto tronco y hojas anchas,
de que el guaycurú valiente
fabrica flexibles lanzas.
Arbol que el rayo respeta
y acarician las borrascas,
que el sol del trópico quema
con sus torrentes de lava.
Arbol que en la primavera
se viste de flores pálidas,
que airoso lleva en la frente
como guirnalda dorada.
Sabe el indio de esas flores
una leyenda fantástica,
que repite en el silencio
de las noches estrelladas.
Dice que en el rubio seno
de su corola gallarda
se anida una mariposa
de fosforescentes alas.
Habitante misterioso
que sólo han visto las auras
cuando pasan, murmurando
de las ondas la insconstancia.
Mariposa que en un día
rompe su cárcel dorada,
y va a confiar a otras flores
los secretos de su alma.
¿Qué les dice? ¿Qué les cuenta?
Sólo lo saben las auras,
confidentes de las penas
de aquella selva encantada.
Corto es su viaje, muy corto;
apenas luce sus galas,
ya siente venir sobre ella
las noches y las borrascas.
Ya va a ocultarse de nuevo
bajo las rastreras plantas,
dejando a la selva atónita
el recuerdo de sus gracias.
Muere o vive - no se sabe, -
tal vez ni las mismas auras
con sus coloquios dulcísimos
se atreven a despertarla.
Pero un día se alza erguido
el "guayacán" de hojas anchas,
del polvo que aquel insecto
fecundizó con sus alas.
* * *
Preciosa historia a fe mía,
historia de amor y lágrimas
que merece acompañarse
con los acordes del arpa.
Es la historia, hija querida,
llena de inocente gracia,
de la mujer en el mundo
de mil peligros cercada.
De la mujer en el mundo,
de la pasión la borrasca,
¡ay! si la lluvia del llanto
viene a humedecer sus alas.
Su vida es corta, muy corta,
luce un instante sus galas
y derrama en los espacios
el aroma de su alma.
Pero su destino es grande,
aunque se oculte ignorada:
¡fecundar con sus virtudes
de la familia la planta!
Olegario Andrade