ATARDECER
íbamos entre cardos,
por la huella.
La vaca me seguía.
No quise detenerme,
darme vuelta.
La tarde, resignada,
se moría.
Íbamos entre cardos,
por la huella.
Su sombra se mezclaba
con la mía.
Yo miraba los campos,
también ella.
La vaca, resignada,
se moría.
Oliverio Girondo