Nunca más desaparece.
Nunca se descuelga Dios dos veces
A la manzana que rueda del otero,
sigue la sierpe con su banderín;
y ya sabéis que la cazuela donde todo se guisa
se llama mundo por antonomasia.
De todas las angustias de la juventud,
queda una sombra en el esternón.
A ver cómo barres tú la cocina,
porque ya sabes que en el triángulo
hay un secreto muy sabroso.
Guarda tu pierna, porque a veces
huelen los zánganos la melancolía,
y no es cosa de poner el cristal,
con florecillas y todo,
al socaire de la mitra, ni del barbecho.
Tu juventud es una maravilla
sin concurso, y por encima de los garabatos.
Si quisieran traer del estanco
los paquetitos de humo celeste,
cabalgaríamos otra vez en el olvido,
con las crines en la corriente de la ventana.
Llegarían entonces los estudiantes a vernos,
porque la felicidad es objeto de estudio,
y en el estanque donde se bañan las hormigas
echaríamos cohetes de erudición y sal ingenua.
No sabe nadie cómo fatiga el Parnaso
cuando se mastican virutas de academos.
En cambio, la portera y el sacristán,
se solazan como la yerbabuena y la manzanilla.
Fíjate bien en el horario de la torre,
porque el cu-cú se parece a tu tía la muda,
enemiga de los sarmientos poderosos.
Tengo aquí unas tijeritas de cuerno,
que sirvieron para rapar
a los que llegaron sonámbulos.
Si te parece, haremos las migas
en el poyete, frente al mar,
mientras se descuajan los picos
y los navegantes ocasionan tormentas.
No hay para qué pensar que la vida
se descubre en el revés de la juventud;
ni hay que pensar en el sendero amarillo
cuando la pantorrilla es un angelus domine.
Mira si en el portamonedas ríen los dólares,
o si la cabalgata sigue por la espina dorsal.
Eso, sí.
Entonces, entre los relinchos, rebuznos,
maullidos y aleluyas del coro eclesiástico,
silbarán las balas del frenesí.
Entonces acudirán todos los vientres a retozo;
y los espirituales irán a limpiar sus parásitos
bajo el balcón de la manceba premiada.
José Moreno Villa