XVI
CORDERO
Cordero blanco del Señor, que quitas
los pecados del mundo y que restañas
la sangre de Caín con la que corre Génesis, IV, 15.
de tu hendido costado, es mansedumbre
divina la blancura de tu cuerpo,
resignación la luz del foco ardiente
de tu fiel corazón: que eres hoguera
que a la ciudad toda de Dios alumbra. Apoc. XXI, 23.
Sobre tu cuerpo, ya arrecido, lágrimas
de tu madre la tierra han escarchado,
como el rocío que en vellones cándidos
del cordero arrecido en noche helada,
como el rocío en el vellón que puso Jueces VI, 17-38.
Gedeón en la era, a Dios pidiéndole
señales en la lucha por su pueblo.
El velloncino tras el cual surcaron
los argonautas los remotos mares
más tenebrosos nos lo dan tus manos
empapado en la sangre de tus venas,
y es vellocino de oro verdadero
que ni se gasta ni ladrón alguno
nos lo puede robar; ¡del oro puro
de tu sangre sin mancha, de que se hizo
con el fuego de amor la luz del sol!
Miguel de Unamuno