XIII
ROSA
Como la rosa del zarzal bravío
con cinco blancos pétalos, tu cuerpo,
flor de la creación; sangriento cáliz
tu henchido corazón donde destilas
el suero de la crema de la vida.
Se colmó de dolor tu cáliz, vaso
de la insondable angustia que no coge
en corazón mortal; de Ti aprendimos,
divino Maestro de dolor, dolores
que surten esperanzas. Tú gustaste
dolor que al hombre mata; así sufriendo
nos mastaste el temor. Y por tu pena,
que hizo Hombre a Dios, Hermanos, te queremos,
y común nuestro Padre, nuestro y tuyo,
por tu dolor; ¡oh Maestro de Dolores!,
pues tu divinidad es magisterio.
Como la rosa del zarzal bravío
—y zarzal es tu cruz, lecho de espinas—
blanco y con cinco pétalos tu cuerpo;
como la rosa del zarzal que ardía Éxodo III, 14.
sobre el monte de Dios sin consumirse,
blandón de fuego en medio de la zarza,
del blanco fuego del amor eterno.
Y en Tu, llama de amor, zarza florida,
como a Moisés: “¡Soy el que soy!”, nos dice
susurrando tu Padre; mas el cáliz III Reyes XIX, 11-13.
de la rosa, tu boca, que es de mieles,
panal donde las almas van, abejas,
derechas a libar, tu boca henchida
de flores campesinas, de parábolas
que al corazón se meten, se ha cerrado
frente a la noche fría, y tus dos labios
como otra llaga son; cual de tu pecho
la que sellando tus entrañas se abre
sangrienta boca de besar sedienta
y que resuella amores. Tus dos bocas
yertas de sed de amor, callan fruncidas;
la lengua en la una, el corazón en la otra,
reposan secos de haber tanto amado.
De tu boca manaron los decires
que de cónsuno son fuego y frescura;
de tu boca el sermon que en la montaña
dictó al eterno amor eterno el código;
la oración de tu boca que consuela
de haber nacido a pena de morir.
Miguel de Unamuno