VENCIDO
«¿Y qué hacer —me decía—
si no tiene remedio?»
Y yo entonces le dije,
por vía de consuelo:
—«Llorar, pues no le tiene;
gritar a todo pecho».
—«¡Ah, es que Dios no oye...»
—«¿Que no oye? ¡pues por eso!
llorar, gritar, dar voces...»
—«¡Es voz en el desierto...!»
—«Abrámosle el oído
a fuerza de lamentos;
gritemos noche y día;
padece fuerza el cielo...»
—«¡Oh, ni aun así tampoco...
morir... no hay más remedio...»
—«¿Morir? ¡Luchar sin tregua!
¡sitiemos al misterio!
—«¡Luchar sin esperanza...!»
—«¿Sin esperanza? Tengo
como esperanza última
la del final sosiego
en pos de la derrota».
—«¿La derrota? No quiero
ser vencido».
—«Es más dulce
descanso, más sereno,
vivir en el seguro
firme del vencimiento
que no en la incertidumbre
del que dice: ¡No quiero!»
—«¡La derrota es la muerte!»
—«No, sino el santo término
de vida noble y alta;
¡es la flor del denuedo!»
«Vencer o ser vencido:
¡esto es ser hombre entero!
¡Ser hombre, ser más que hombre!
¡ser digno del Eterno!
Y ser por Dios vencido...
¿cabe mayor extremo
de gloria y de victoria?»
—«A quien Dios vence, temo...»
—«¿Qué temes, hombre flaco,
no ya vencido, yerto?
Dios a quien vence mete
por su mano en el seno
de la eterna victoria:
¡levántate, luchemos!»
—«Levántate, me dices,
¡levántate!... no puedo!»
—«¿Poder? Pide a Dios fuerza!»
—«¿Contra Dios?»
—«¡Por supuesto!
Él te dará las armas
del combate supremo,
pues para conquistarnos
quiere que le asaltemos».
—«¡Oh, déjame, no insistas,
que yo luchar no quiero...»
Y yo entonces le dije:
—«¡Ni siquiera estás muerto!».
Miguel de Unamuno
En una primera redacción autógrafa de este poema su título era «Vencer o ser vencido». (N. del E.)