NUBES DE MISTERIO
Al cielo soberano del Espíritu
tenue vapor se eleva desde mi alma,
en ondulantes nubes se recoge
a que el Sol increado en su luz baña,
y de mi mente en la laguna quieta
cuando se aduerme en otoñal bonanza
sin que rompa tu tersa superficie,
el viento que del mundo se levanta,
con sus nubes la bóveda celeste
a retratarse en los cristales baja
sin dejar sus alturas, de tal modo
que finge repetirse so las aguas.
A ellas desciende en plácido sosiego,
del abismo evocando en las entrañas
el azul celestial que allí dormita,
el soterraño cielo en que descansan,
y en su tersura mórbidas las nubes
en idénticas formas se retratan.
Entonces me rodean los misterios
haciéndome soñar nubes fantásticas,
quimeras sin contornos definidos,
de ondulante perfil, figuras vagas,
visiones fugitivas de otros mundos
que se hacen y deshacen sin parada,
sin dejarme su imagen, ni me quede
estela o nimbo alguno de su marcha.
La procesión de vagarosas nubes,
del lago en la tersura sosegada
sucédese cual números melódicos
de alguna sinfonia honda y callada,
en suave ritmo de ondulantes líneas,
de tornasoles y matices, aria
de cambiantes sutiles, himno alado
que en silencio profundo la luz alza.
Y el himno silencioso me despierta
inextinguibles y entrañables ansias
de una vida mental pura y sencilla,
sin conceptos ni ideas, abismática;
de espirituales linfas que circulen
sin cuajarones, en fluida savia,
que vivífica fluya, en libre jugo
antes de que en celdillas se reparta
y en la prisión de vasos y de brotes
pierda su libertad el protoplasma;
de etéreo concebir que se difunde
por los celestes ámbitos del alma,
pensamiento no esclavo de discurso
que a la raíz de la vida ávido abraza
con tan íntimo abrazo y tal deseo
que a confundirse llegan.
La batalla
con el tenaz misterio al fin me rinde;
al pensamiento la quietud me gana;
y a favor del reposo en que la mente
de su continuo forcejear descansa,
del corazón resurgen los anhelos,
me late lleno de amorosas ansias,
pide su parte en el oficio, quiere
comulgar del misterio en las entrañas.
Rendidas al amor las nubes leves,
en suave lluvia entonces se desatan,
y al pobre corazón riegan, sediento,
que se entreabre a beber sus vivas aguas,
las que me nutren del pensar el lago,
las que forman la fuente sosegada
de que fluye mi eterno y mi infinito
manantial de que excelsa vida mana,
vida de eternidad y de misterio
que jamás empezó y que nunca acaba.
[1899]
Miguel de Unamuno