LA FLOR TRONCHADA
Como a la tierra con el corvo arado
así el seno a la humana compañía
desgarrad sin flaqueza, abriendo surcos,
aunque tronchadas las heridas flores
caigan a la honda huesa
y allí, podridas, sirvan para abono,
o de alimento al roedor gusano
que carcome raicillas, ignorante
de que al dejar la cárcel del invierno
vida de amor le espera y luz celeste.
Revolved los terrones, soterrando
los que gozan del sol en las tinieblas,
y a recibir el beso de la brisa
a su vez suban los que están sepultos
de la tierra en los senos más ocultos.
Cuando concluye el labrador cansado
de remover la tierra,
el grano siembra y lo confía al cielo,
al sol benigno y a la rica lluvia.
Así, cuando sus senos desgarrados
muestre, y el flanco herido
la compañía humana,
sembrad semillas de la Idea en ella
y brotarán lozanas.
Las que echéis en el campo apelmazado
de la ordenada sociedad tranquila
se pudren infecundas,
o prenden solitarias
para morir a la ardorosa lumbre
que da la muerte, como da la vida,
o son pasto de pájaros glotones,
los que viven del grano
que sembró con afán ajena mano.
La simiente en los surcos derramada
será pronto regalo de la vista,
lago ondulante de verdura fresca,
salpicado de rojas amapolas
en que la brisa, resbalando suave,
templa del sol la agostadora huella.
Dora la espiga cuando su hora viene,
cuaja su jugo en apretado grano,
siégalo la guadaña
y triturado en el molar de piedra
nos da la flor del pan.
Polvo también de sustanciosa harina
las granadas ideas han de darnos,
cuando tras siega de cortante estudio
desde el campo sereno en que nacieron
las lleven al molino fragoroso
de encendidas pasiones populares
para heñidas más luego
por el agrio fermento, en pan se yelden 1,
con el fermento de la fe robusta
en pan vivificante.
La idea aprisionada dentro el vaso
de cascabillo lógico
no da al pueblo alimento
que en la lucha le sirva de sustento.
Cuando en el campo en que la mies ondea
al descansar de la labor fecunda
partáis el pan de vida,
manjar que nos preparan de consuno
naturaleza y arte,
alzadlo hacia la bóveda serena
de aire vital henchida,
cual en liturgia de piadoso afecto,
y rebosando el corazón confianza
bendecid al Señor;
al Padre que el sustento nos regala,
al Padre que el espíritu nos riega
con agua de piedad y de consuelo;
bendecid al Señor
que reparte la lluvia y el pedrisco,
rocíos y tormentas,
tibio fomento o pertinaz sequía;
bendecid al Señor,
de piedad misteriosa eterna Fuente
que hartura y escasez nos distribuye,
segador de los hombres
para en sus trigos cosechar las almas
cuando a sazón alcancen,
y en luchas y trabajos bien cernida,
sacar simiente de más honda vida.
Allá en el alto cielo, donde cuajan,
como nubes, los dones
que al impío le llueven
lo mismo que al piadoso,
nuestra pobre piedad no tiene asiento
ni llega la justicia de los hombres.
Justicia y compasión allí son uno,
alta justicia eterna,
misterio santo de insondable fondo.
Acatadlo con fe sincera y limpia,
y cuando abráis los surcos con la reja
revolviendo a los hombres,
al quebrantar su apelmazado enlace,
poneos en la mano omnipotente
del Padre del Amor, Sol de las almas
que destruyendo crea
y creando destruye,
Labrador Soberano de los mundos
que lleva la mancera del Destino,
de la Justicia eterna
que tritura cual muela poderosa
el orden que los hombres proclamamos
sirviendo al misterioso ordenamiento
que nos tiene celado su cimiento.
Lucha es la vida y el arado es arma,
arma la reja de la odiada idea.
Para luchar, por tanto, con porfía,
sin odio y sin blandura,
compadeciendo el daño que causemos
tronchando flores al abrir el surco,
te pedimos nos des con mano pródiga
Fe, Esperanza y Amor,
¡Oh Padre del Amor, Sol de las almas.
Labrador Soberano de los mundos
que llevas la mancera del Destino,
que destruyendo creas
y creando destruyes
y trituras cual muela poderosa
el orden que los hombres proclamamos.
¡Amor para luchar, Sol de las almas!
¡Acoje a los que al surco caen tronchados,
muertos en flor, sin haber dado fruto,
y danos para abrirlo valentía.
¡Labrador Soberano de los mundos!
¡Que amemos al vencido
venciéndole en la lucha con amor!
¡Que al morir desgarrada por mi reja
la pobre flor del campo,
el perfume que espira
y con que aroma el hierro que la hiere
de piedad fraternal me llene el alma;
que se asiente serena nuestra lucha,
cual un deber de vida,
sobre conciencia de rencor purgada,
sobre lecho de paz!
Tú, Señor, asentaste
los giros y revueltas de los orbes
sobre quietud robusta;
diste la eternidad por fundamento
al incesante curso de las horas,
el silencio solemne
a los sonoros ecos y fragores
con que el aire resuena,
e hiciste a las tinieblas
dormido mar sin fondo y sin orillas
sobre que ruedan de tu luz las olas.
Tú, Señor Soberano,
Padre eterno de Amor, Sol de las almas,
con los choques discordes
de la lucha tenaz por la existencia
entretejes la trama
de la armonía cósmica,
calma sacando de agitado curso,
silencio del fragor de la pelea,
eternidad del fugitivo tiempo.
¡Arnor, eterno Amor!
danos fecundo amor hacia el vencido,
únenos en la lucha a los contrarios
asentando en la paz nuestras batallas,
batallas de la paz!
Que rendidos en tierra,
al morir bendigamos nuestra suerte;
que del empeño mismo del combate
brote la compasión al combatiente;
que aceptemos cual ley de la conciencia
tu altísimo mandato
de pelear sin tregua ni reposo,
elevando, viriles, el destino
a íntima libertad de orden divino.
Acoje nuestros ruegos,
Padre de eterno Amor, Sol de las almas,
origen primordial de la contienda
que a los orbes sostiene y vivifica,
de la empeñada lucha
que en alta paz culmina,
así como de paz también arranca,
¡Labrador Soberano de los mundos
que llevas la mancera del Destino,
Segador incansable de las almas,
que en la criba de luchas y trabajos
entresacas Señor,
de una mies de sustancia corrompida
rica simiente de más honda vida,
vida de eterno Amor!
[1899]
Miguel de Unamuno
1 Yeldarse, corriente en esta región en que habito, así como el adjetivo yeldo. Significan, aquél, «cuajarse,
endurecerse una masa blanda, y sobre todo el pan», y éste, «cuajado, duro». Parecen provenir de un gelidu formado de gelu, hielo. (Nota del Autor).
Pero al publicar, años más tarde, su Rosario de Sonetos líricos la rectificó en los términos que siguen:
«Y como quien quiera corregir ha de empezar por corregirse, para dar ejemplo, he de rectificar un error que deslicé en una nota a mi libro Poesías, error que me
llevó a dar al vocablo yeldar, que en este soneto se usa, un sentido que se aparta algo del que realmente tiene. Seducido por una falsa y atropellada etimología en que me
obstiné, y es la de hacerlo derivar de géiidu me empeñé en que yeldarse jignificase "cuajarse, endurecerse una masa blanda y sobre todo el pan", cuando en
realidad lo emplean aquí en el sentido de fermentar, levantarse la masa de pan, y deriva del latín lévitu, que da en leonés lieb' do-lleldo-yeldo, y en
castellano lleudo-lludo. Ambas formas, yeldo y lludo, se usan por acá y ni una ni otra figuran en el Diccionario oficial». (Nota del Autor).