EN LA BASÍLICA DEL SEÑOR SANTIAGO DE BILBAO
I
Entré llevando lacerado el pecho,
convertido en un lago de tormenta,
entré como quien anda y no camina,
como un sonámbulo;
II
entré fuera de mí y en tus rincones
brotó mi alma de entonces y a cantarme
tus piedras se pusieron mis recuerdos
de anhelos íntimos.
III
Bajaron compasivas de tus bóvedas
las oraciones de mi infancia lenta
que allí anidaran y en silencio a mi alma
toda ciñéronla.
IV
Aquí soñé de niño, aquí su imagen
debajo de la imagen de la Virgen
me alumbró el corazón cuando se abría
del mundo al tráfago.
V
Aquí soñé mis sueños de la infancia,
de santidad y de ambición tejidos,
el trono y el altar, el yermo austero,
la plaza pública.
VI
Soñé sueños de gloria, ya terrena,
ya celestial, en tanto que sus ojos
mi ambición amansaban y encendían
amonestándome.
VII
Aquí lloré las lágrimas más dulces,
más limpias y fecundas, las que brotan
del corazón, que cuando en sí no coge
revienta en lágrimas.
VIII
Aquí anhelé el anhelo que se ignora,
aquí el hambre de Dios sentí primero,
aquí bajo tus piedras confidentes
alas brotáronme.
IX
Aquí el misterio me envolvió del mundo
cuando a la lumbre eterna abrí mis ojos,
y aquí es donde primero me he sentido
solo en el páramo.
X
Aquí en el Ángel de tu viejo claustro
me hacían meditar a la lectura
de un Kempis que leía en voz gangosa
un pobre clérigo.
XI
Nadie le oía y al austero hechizo
del zumbar monótono del armonio
que nos mecía el alma, cada uno
le daba pábulo.
XII
Y brizado en el canto como el niño
Moisés del Nilo en las serenas aguas
a ser padre del pueblo iba en su cuna
durmiendo plácido,
XIII
dormido en las armónicas corrientes
cruzaba los desiertos de la Esfinge
en su cuna y en pos de su destino
mi pobre espíritu.
XIV
Aquí, bajo tus piedras que adurmieron
los pesares de cien generaciones
de hijos de este Bilbao de mis entrañas,
gusté al Paráclito.
XV
Aquí lloraron ellos, en sus luchas
revueltas, suplicaron en los días
en que a tus puertas derramaban sangre
de rabia lívidos.
XVI
Este su asilo fuera en las candentes
peleas de los bandos y el empuje
de sus oleadas de pasión rompía
contra tu pórtico.
XVII
Madre de la Piedad, dulce patrona,
llorando aquí vinieron a pedirte
pidieras al Señor dura venganza
viudas y huérfanos.
XVIII
Y venganza clamaban contemplando
sobre el altar, en su corcel brioso,
al Apóstol blandir, del Trueno Hijo,
su espada fúlgida.
XIX
Aquí en torno de ti, en las machinadas,
rugió la aldeanería sus rencores,
mientras, isla, te alzabas por encima
del mar de cóleras. 1
XX
Aquí bajo el silencio de tus piedras
mientras la nieve se fundía en sangre,
siguió a la noche triste de Luchana
Tedéum de júbilo.
XXI
Y aquí, más tarde, cuando ya mi mente
se abría al mundo, resonó de nuevo
al verte libre en alborear de Mayo,
la gloria cívica 2.
XXII
Aquí mientras cruzaba el mar el buque
del mercader, trayendo la fortuna,
venía él a pedir propicios vientos
para su tráfico.
XXIII
Y aquí han llorado muchos su ruina,
y aquí han venido, ¡oh Madre dolorosa!,
a preguntarte el pan para sus hijos
dónde buscárselo.
XXIV
Aquí, bajo tus piedras confidentes,
mientras el cielo en lluvia se vertía,
vertieron en secreto sus pesares
tus hijos míseros.
XXV
Tú sabes los dolores que murieron,
tú las tragedias que tragó la tumba,
en ti de mi Bilbao duerme la historia
sueño enigmático.
XXVI
Y hoy al entrar en ti siento en mi pecho
luchas de bandos y civiles guerras,
y con rabia de hermanos se desgarran
en mí mis ímpetus.
XXVII
Y la congoja el corazón me oprime
al ver cómo al bajel de mi tesoro
lo envuelve la galerna mientras cruza
de Dios el piélago.
XXVIII
¡Oh, mi Bilbao! Tu vida tormentosa
la he recogido yo; tus banderizos
junto a tus mercaderes en mi alma
viven sus vértigos.
XXIX
Dentro en mi corazón luchan los bandos,
y dentro de él me roe la congoja
de no saber dónde hallará mañana
su pan mi espíritu.
XXX
Vives en mí, Bilbao de mis ensueños;
sufres en mí, mi villa tormentosa;
tú me hiciste en tu fragua de dolores
y de ansias ávidas.
XXXI
Como tu cielo es el de mi alma triste
y en él llueve tristeza a fino orvallo,
y como tú entre férreas montañas,
sueño agitándome.
XXXII
Y no encuentro salida a mis anhelos
sino hacia el mar que azotan las galernas,
donde el pobre bajel de mi tesoro
zozobra náufrago.
XXXIII
Por eso vengo a ti, santa basílica,
que al corazón gigante de mi pueblo
diste para aplacarle de tus naves
la calma gótica.
XXXIV
Yo soy mi pueblo, templo venerando;
aplaca mis congojas, adormece
este sufrir, para que así consiga
seguir sufriéndolo.
XXXV
Hazlo y te juro yo con mis dolores
levantar a mi pueblo por los siglos
donde sus almas tormentosas canten
otra basílica.
XXXVI
Y tal vez cuando tú rendida entregues
tus piedras seculares a mi tierra,
la altiva flecha de mi templo entone 3
tus glorias últimas.
[1899]
Miguel de Unamuno
1 Para los que no conozcan ni Bilbao ni su historia, he de decir que se conoce con el nombre de machinadas ciertas revueltas populares en que los aldeanos de los alrededores de Bilbao entraron tumultuosamente, y en son de contienda, en la villa. (Nota del Autor).
2 No hay que recordar a todo español versado en la historia patria que la noche de Navidad de 1836 fue libertado Bilbao del asedio carlista, después de la batalla de Luchana, en que se peleó entre una tormenta de nieve, y que el sitio que sufrió la villa en la segunda guerra civil terminó el 2 de mayo de 1874. (Nota del Autor).
3 Si después que ya me muera algún cuervo investigador desentierra mi libro Poesías (1907), le ruego que al reproducir
la titulada "En la basílica del señor Santiago, de Bilbao, el martes de Semana Santa, de abril de 1906", corrija la última estrofa poniéndola así:
Y tal vez cuando tú rendida entregues
tus piedras seculares a mi tierra,
la altiva flecha de mi templo entone
tus glorias últimas.
aunque luego anote al pie y con llamada en el entone esto. "Entorne (1907)". (Nota del Autor. La IV del libro Teresa (1924)).