EL CRISTO DE CABRERA
(Recuerdo del 21 de mayo de 1899)
¡Valle de selección en que el silencio
melancolía incuba,
asilo de sosiego,
crisol de la amargura,
valle bendito,
solitario retiro
del Cristo de Cabrera,
tu austera soledad bendita sea!
La encina grave
de hoja oscura y perenne
que siente inmoble
la caricia del aire,
derrama austeridad por el ambiente,
y como en mar, allá, del horizonte
en el confín se pierde...
¡Ay, quién me diera
libre del tiempo,
en tu calma serena
descansar renunciando a todo vuelo,
y en el pecho del campo
bajo la encina grave
en lo eterno, alma mía, asentarte
a la muerte esperando!
Aquí el morir un derretirse dulce
en reposo infinito debe ser,
en el río que fluye
del mar eterno,
un henchirse en su seno
de vida soberana,
en que se anega el alma,
un retorno a la fuente del ser...
¡Oración mística
del ámbito allí se alza silenciosa,
resignación predica
e inconciente esperanza la campiña;
allí callan las horas
suspensas del silencio
bajo el misterio,
voz de la eternidad!
Mana cordial tristeza
de la difusa luz que de la encina
el ramaje tamiza
y es la tristeza
calma serena.
Del Cristo la capilla,
humilde y recogida,
las oraciones del contorno acoje;
es como el nido
donde van los dolores
a dormir en los brazos del Cristo.
Del sosegado valle
el espíritu suave
cual celestial rocío en el santuario
cuaja invisible;
es el alma del campo
que a su vez culto rinde
del Hombre al Hijo,
diciendo a su manera
con misterioso rito
que es cristiana también Naturaleza.
La noche de la cena
con el alma del hombre
henchida hasta la muerte de tristeza,
se retiró Jesús como a oratorio
del olivar al monte,
y allí puesto de hinojos
y en él el Hombre y Dios en recia lucha
pidió a su Padre le apartara el vaso
de la amargura,
hasta que al fin sumiso
vencedor del combate soberano,
manso cordero, dijo:
«¡Mi voluntad no se haga, mas la tuya!»
Bajó entonces del cielo
a confortarle un ángel
y en las angustias del dolor supremo
sudó gotas de sangre,
gotas que descendían a la tierra,
a la tierra, su madre,
las entrañas bañándola en tristeza
y en zumo de pesares.
Por eso cuando el sol en el ocaso
se acuesta lento,
como perfume espiritual del campo
sube místico rezo,
que es como el eco
que de los siglos al través repite
el resignado ruego
¡de la pobre alma hasta la muerte triste,
de aquel sudor de sangre es el incienso!
Allí en Cabrera,
al caer de la tarde
al corazón acude aquella escena
del más fecundo duelo,
mientras desciende al valle
santo sosiego!
Rústica imagen
de foco sirve
a los anhelos de la pobre gente
que al conjuro sutil de aquel paraje
concurre triste
a cerner sus pesares
del encinar en la quietud solemne,
o rebosando gozo,
de la promesa en alas,
para rendir de gratitud el voto
acude consolada.
No es tal imagen ni aún trasunto vago
del olímpico cuerpo que forjaron
los que con arte y fuego 1
poema hicieron de la humana forma,
sino torpe bosquejo
de carne tosca
con sudor amasada del trabajo
en el molde de piedra
sobre la dura tierra.
Aquella fealdad y grosería
de pobre monstruo humano
que en sí el fruto recoge
que los vicios sembraron de los hombres,
honda piedad inspiran
al pobre Cristo
amasado con penas,
al Cristo campesino
del valle de Cabrera.
Del leño a que sus brazos
están clavados,
penden de ex-votos cintas
y pinturas sencillas
que en tosquedad al Cristo se aparejan
en la cámara ostentan
sencilla fe.
¡Cuántos del corazón el cáliz vivo,
de congojas henchido,
llevaron a sus pies cual pía ofrenda,
la más preciada y tierna,
y rebasó la pena,
y en llanto se vertió!
¡Cuántos bajo el mirar de aquella imagen,
mirar hiératico,
dulce efluvio sedante
sintieron que sus penas adormía
y que el divino bálsamo
tornábales al sueño de la vida,
a la resignación!
Y al salir de la ermita
al esplendor del campo,
llevando en la retina
del tosco Cristo los tendidos brazos,
soñar debieron en borroso ensueño
que desde el alto cielo
lleno de paz,
el Amor que en su seno recogiera
del mundo las flaquezas,
del trabajo las penas,
¡a posarse piadoso bajó al suelo
y abrazó al campo con abrazo tierno
el infinito Amor!
[1899]
Miguel de Unamuno
1 Otra versión trae juego.