IX
LA ENEMIGA
Cruzaste junto a mí. Fulgió en tu dura
mirada una expresión luciferina,
y lo mismo que el áspid a la encina,
se enroscó mi deseo a tu cintura.
No sé si fue placer o fue tortura,
más al verte desnuda en mi retina
sentí que causa vértigo y fascina,
como los precipicios, tu hermosura.
Te alejaste dejando en el ambiente
el olor con que siempre nos acosa
la manzana que brinda la serpiente.
Y comprendí que guardas codiciosa,
para festín de un púgil reincidente,
tu ensimismada doncellez ociosa.
Miguel Rasch Isla