80 H.P.
Pasan las avenidas del otoño
bajo los balcones marchitos de la música,
y el jardín es como un destello rojo
entre el aplauso burgués de las arquitecturas.
Esquinas flameadas de ponientes.
El automóvil sucinto
tiene a veces
ternuras
minerales.
Para la amiga interferente
entregada a las vueltas del peligro;
he aquí su sonrisa equilibrista,
sus cabellos boreales,
y sobre todo, el campo,
desparramado de caricias.
Países del quitasol
nuevo
—espectáculo
mundo
exclusivo—
latino
de sus ojos.
En el motor |
(El corazón apretado |
A veces pasan ráfagas, paisajes estrujados,
y por momentos
el camino es angosto como un sueño.
Entre sus dedos
se deshoja
la rosa
de los vientos.
Los árboles turistas
a intervalos
regresan con la tarde.
Se van
quedando
atrás
los arrabales
del recuerdo
—oh el alegre motín de su blancura!—
Tacubaya, |
Pequeños |
Después
sólo las
praderas del tiempo.
Allá lejos
ejércitos
de la noche
nos esperan.
Manuel Maples Arce