Vino. Dejó las armas,
las garras, la maleza.
La suavidad que sube,
la suavidad que reina
sobre la voz, el paso,
sobre la piel, la pierna,
arrebató su cuerpo
y estremeció sus cuerdas.
Se consumó la fiera.
La noche sobrehumana
la sangre ungió de estrellas,
relámpagos, caricias,
silencios, besos, penas.
Memorias de la fiera.
Pero al venir el alba
se abalanzó sobre ella
y recobró las armas,
las garras, la maleza.
Salió. Se fue dejando
locas de amor las puertas.
Se reanimó la fiera.
Y espera desde entonces
hasta que el hombre vuelva.
Miguel Hernández