EL CACIQUE FILICIDA
Brilla sin nubes la Luna,
soplan húmedas las auras,
y las olas, mansamente,
van a morir en la playa.
Con un niño entre los brazos,
el Cacique se adelanta
por las juncosas orillas
del sagrado Titicaca.
—Fui Señor de veinte pueblos,
fui valido del Monarca:
soy ya juguete y escarnio
de implacable y fuerte raza.
Hijo, ¡maldita la madre
que te dio su leche aciaga!
Y yo, ¡el padre sin ventura
que te dio existencia infausta!
Prole vil de viles senos,
¿qué te queda, qué te aguarda?
La servidumbre, el trabajo,
la mina oscura y helada...
Se oye la queja de un niño,
un sordo choque en las aguas,
el rumor de lentos pasos,
y después, el eco, y nada.
Manuel González Prada