INVENCIÓN DE LA QUENA
En una noche de espanto,
entre el fragor de los truenos,
a la tumba de su Amada
llega el Inca en paso lento.
—«Para mi amor y mis penas,
no hay suspiros ni lamentos
en los ayes de los vivos
ni en la voz del cementerio.
»Quiero llorar con un llanto
que venza rocas y hielos;
quiero mover con mis quejas
a los vivos y a los muertos...»
Escarba el Inca la tumba;
y, del fúnebre esqueleto,
a la incierta luz del rayo
labra músico instrumento.
El Inca vierte su llanto;
y, a las lágrimas de fuego,
las duras rocas se ablandan
y se derriten los hielos.
El Inca toca la Quena;
y, a los lúgubres acentos,
lloran lágrimas los vivos
y se estremecen los muertos.
Manuel González Prada