TIAHUANACO
I
Del celeste lago brotan
densas nubes de Gigantes
que estremecen a su paso
las entrañas de los Andes.
Miran al Sol y prorrumpen
atronando monte y valle:
—«¿Qué país nos das por reino?
¿Qué mansión nos das, oh Padre?»
—«Si erigís en sólo un día
casas, templos y baluartes,
disfrutaréis el eterno
señorío de los Andes:
»Desde el pico de los montes
a la playa de los mares,
seréis únicos señores,
sin tener jamás rivales».
Dice el Sol; y con diadema
de matutinos celajes,
sigue en triunfo recorriendo
sus dominios imperiales.
II
Con las audacias del fuerte,
sin los miedos del cobarde,
a la faena se arrojan
los impávidos Gigantes.
Talan montes de granito,
y por cimas y oquedades,
en los hombros acarrean
monolitos colosales.
Muere el día; mas redoblan
en la noche su coraje,
sin ceder a la fatiga
ni vacilar un instante.
a la luz de las estrellas
van posando en firmes bases
ciudad de enorme recinto,
fortaleza inexpugnable.
Ya vislumbran en Oriente
luminosas vaguedades,
ya acarician el eterno
señorío de los Andes.
III
Mas aparece un Enano:
—«Tened un fresco brebaje,
que el sudor de vuestras sienes
en copioso riego cae».
Todos cesan ..............................................
Todos beben plenos mates,
refrigerando en la chicha
el seco ardor de sus fauces.
Desaparece el Enano;
y ya más no brega nadie,
que a los rudos bregadores
invencible sueño abate.
Duermen todos; y la aurora
baña en vivas claridades
el torrente de las selvas
y el nevado de los Andes.
Pasan años, pasan siglos,
pasan edades y edades;
pero nunca más del sueño
despertaron los Gigantes.
Manuel González Prada