KON
I
Ligero como las nubes,
imponente como el rayo,
desgarra el Dios incorpóreo
las tinieblas del espacio.
Viene Kon y enfrena el vuelo
en estériles eriazos,
guarnecidos por los Andes,
por el mar acariciados.
Habla Kon; y las montañas
hunden la cima en los llanos,
o de las cuencas emergen
la planicie y el collado.
Dice: —«Desciendan los ríos»;
y en la aridez de los campos,
cien arroyos y torrentes
despliegan líquidos mantos.
Dice: —«Florezcan las plantas»;
y a par que brota el banano,
da su blanco pan la yuca
y el maíz sus rubios granos.
Dice: —«Aparezcan los hombres»;
y en las dulzuras de un rapto,
enamoradas parejas
van amándose y soñando.
II
Ruedan los siglos: un día
surge Kon en los espacios,
ligero como las nubes,
imponente como el rayo.
—«Os otorgué la existencia,
os di la paz y el regalo;
más ¿dónde se alzan mis templos?
¿Dónde están los holocaustos?»
—«No sabemos ni tu nombre:
¿Le repetimos acaso?
El placer y los festines
son los Dioses que adoramos».
—«Lluvia, detente en los cielos;
Ríos, id por otros álveos;
Rocas, bajad de las cumbres;
arena, invade los campos;
»Y tú, región maldecida,
funesto nido de ingratos,
vuelve a ser eternamente
como fuiste en lo pasado». . .
Dijo Kon: «el terremoto
montes remueve de cuajo;
y es la costa un gran cadáver
con la arena por sudario».
Manuel González Prada