LA ALDEA ME DIO SU ALMA
La aldea me dio su alma.
Yo di mi alma a la aldea.
Las diez casas de la aldea
se ven pintadas de cal
y muestran rojas macetas
de claveles y jardines
sin barandales ni puertas,
mirando siempre al camino
que marca rumbo a otra tierra.
Se alza la pequeña torre
de la iglesia
con su pequeña campana.
Su repique se oye apenas
por mayo cuando la Virgen
de Toituna está de fiesta.
Silencioso, inalterable,
por una canal de violetas,
corre el arroyo con sol
de la montaña a la aldea.
¿Aquí nunca pasa nada?
Nada ocurre sobre esta
superficie en que el olor
de los naranjos se acerca
al corazón de los niños
que van a la vieja escuela.
Aquí nunca pasa nada.
Sólo por mayo la iglesia
cobra un extraño perfume
y en su altar arde la cera
prendida en los candelabros
junto a la Virgen que sueña
para cada campesino
un verde nuevo en su huerta.
Y así fue como en la tarde
azul, toda primavera,
la aldea me dio su alma
y di mi alma a la aldea.
Manuel Felipe Rugeles