EL HUÉRFANO PEREGRINO
¡Y solo el mar sus últimos perdones
y sus postreros votos escuchó!
J. E. CARO.
¡Oh padre mío! en tu postrer instante,
Los hijos, ¡ay! la dulce compañera
Aquí buscabas con la vista errante:
Aquí alzaste a la esfera
Tu postrer canto y tu oración postrera!
En vano el viajador pregunta en dónde
Los restos yacen, y la vista explaya.
¡Silencio y soledad!... Solo responde
La öla que desmaya
Con lamento monótono en la playa.
Empero tú que imágenes sombrías,
Fe bienhechora, en disipar te agradas,
A más seguro término desvías
Las pensosas miradas:
Del cielo a las espléndidas moradas.
¿Cuál tan oscuro error la mente ofusca
Del mísero mortal, que de contino
En cieno inmundo su tesoro busca,
Y olvida su destino
Veloz de la maldad en el camino?
Al que ama la virtud con pecho fuerte,
Es el suelo morada transitoria
De recio batallar: dale la muerte
La palma de victoria,
Y otra región coronará su gloria.
Mientras vive, con ceño desabrido
Le mira el mundo: apenas desparece,
Le llama a sí, le busca con gemido,
Y dél se enorgullece,
Y aroma y llanto a su ceniza ofrece:
¡Reliquia, empero, a que la vida falta;
Reliquia que del águila semeja
A la ya inútil pluma, cuando en la alta
Roca natal, la deja,
Y el vuelo tiende y rápida se aleja!
¿Cuándo el día de glorias eternales
Será, que cumpla mis ardientes votos?
¡El día en que visite, los mortales
Nudos por siempre rotos,
Los ámbitos celestes y remotos!
¿Cuándo será que unida estrechamente
Al caro genitor el alma mía,
Goce en asombro mudo y reverente,
La angélica armonía
Que auguró su terrena poesía?
¡Tú que velas por mí; tú, generoso
Ángel confortador! ¡conduce en tanto
Al que acatas, del Todopoderoso
Pedestal sacrosanto,
Mi deseo ardentísimo y mi llanto!
Miguel Antonio Caro