HUÉSPED CAÍDO
Después de aquel aliento de sagrada neblina,
después de aquel gran soplo;
se veían los duendes fabricando las cosas.
Luego,
comenzaron los gritos a tener su tamaño.
Pero el pensamiento todavía
era un pájaro virgen que buscaba
dónde ser habitante de la tierra;
y se posó en aquello...
en el árbol que huye de la tierra hacia ella,
en el más hondo e inquieto de los árboles:
en el árbol ardiendo de la sangre.
Después... —¡oh cáscara del viento!—,
ven a oír este ruido, este fruto sonoro,
esta palabra líquida que corre como un látigo
pegándose a sí mismo, rabioso de su encierro.
Ven,
ven a oír este insomnio en su oficio más puro,
este temblor que canta.
Ven.
Oye la sangre,
que la sangre piensa.
Manuel del Cabral