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A QUEVEDO

  Aunque ya el peso no leve
De sesenta y un octubres
Poco ágil hace a mi diestra
Para plectros y laúdes,
  Como carga concejil
De que ninguno se excluye
Pídeme el moderno Pindo
Que a Quevedo cante y juzgue,
  Y que mi juicio y mi canto
En un romance formule,
Siendo el lecho de Procusto
A tal joya tal estuche.
  No; para encomiar a un vate
De tan superior cacumen,
Poco es emplear un metro
Sobrado pedestre y dúctil.
  Rimas de Taso o de Ariosto
Pide el asunto, y un numen
Émulo del que a Virgilio
Inspiró su Arma virumque.
  Yo, amén de eso, que en un drama
De cinco puentes no supe
Revolverme con holgura,
¿Qué haré en tan estrecho buque?
  Si informe bosquejo apenas
Hizo entonces mi chirumen
De tan colosal figura
Que se pierde entre las nubes,
  ¿Por qué, a riesgo de que un zoilo
Me llame Petrus in cunctis,
Lo que dialogué en domingo
He de romancear en lunes?
  ¿Qué, será lo que mandada
Hoy mi péñola ejecute,
Sino de aquel espontáneo
Embrión pálido resumen?
  Dejadme pues que en silencio
Admire, ría y estudie
Al que imitar no sabría,
Y ¡ay del que a tal se aventure!
  Harto lo que calle yo
Y lo que Tarsia no incluye
Mi amigo Fernández Guerra,
Veraz biógrafo, suple,
  Y harto en sus propios escritos,
Con pincel digno de Rubens,
El sabio autor se retrata
Sin comentarios ni apuntes.
  Harto el Lipsio castellano,
Mozo todavía impúber,
A España asombró y al orbe,
Doctor in utroque jure.
  Bien en rimas y discursos
Su lectura inmensa luce
Y de aquel estro viril
El alcance y el empuje.
  Que era hombre de pelo en pecho,
Si hay alguno que lo dude,
A Pacheco  el maestrón
Y a otros guapos lo pregunte.
    O Trinacria lo dirá,
Y Saboya, y los insubres,
Y la embaidora Venecia,
Nueva Cartago palustre.
  Ni cuando sueña despierto,
¡Con tanta sal!, o prorrumpe
En jácaras y romances,
Que cien prensas reproducen,
  Sólo el Juvenal hispano
Dueñas fustiga y tahures,
Escribanos y alguaciles,
Alcahuetas y gandules.
  También a la residencia
Llama de Plutón o Júpiter
A los próceres que viven
Y a los magnates que pudren;
  Y ni en claustro o sin clausura
Las tocas y los capuces,
Ni coronas y tiaras
Son a su látigo inmunes;
  Que él sólo, o mejor que nadie,
Mezclando lo agrio a lo dulce,
De su corrompido siglo
Osó pintar las costumbres.
  Y si, a fuerza de escarmientos
Que hicieran mella en un yunque,
Tal vez a extraños golpea
Cuando a los de casa alude;
  Y con su cuenta y razón
A Bruto o César contunde,
Y Opas y Judas compendian
A otros mil ejusdem furfuris;
  El más lerdo echa de ver
Que a la estratagema acude
De: «A ti te lo digo, Brígida;
Entiéndelo tú, Gertrudis».
  Entre máximas sublimes,
Que por donde quiera fluyen
De aquella valiente pluma,
Azote de los embustes,
  Suele cansar al lector
Con el truque y el retruque
De equívocos sempiternos
Y de conceptillos fútiles.
  Mejor que el oro y las perlas
Describe el lodo y la mugre
Y goza más de lo justo
En historiar podredumbres.
  Tal vez con torpes vocablos,
Que guardar debió en su buche,
Aun escarneciendo el vicio
Su talento prostituye.
  Mas resabios fueron estos
De lozanas juventudes,
Que harto compensó en hazañas
Y harto expió en pesadumbres.
  Ni porque a las cotarreras
Tanto glose y tanto zurre
Y en sus artes nos instruya
Y las cuentas los ajuste;
  O de viejas Mesalinas
La incontinencia vapule,
Y los ridículos dengues
Y jalbegues y menjurjes;
  Y de ver se desazone
Que culto a Venus tribute
Quien sólo ha quedado para
Rosarios y via crucis;
    Ni, en fin, porque a pecadoras
Con tal desenfado zumbe,
Dejó de dar a las buenas
Amparo, alabanza y lustre.
    Dígalo el que en San Martín
Contra una dama de fuste
Se desvergonzó villano,
Pensando quedar impune,
  Y remolcado a la calle
Desde el sacro balaústre,
Quevedo con fiero estoque
Le hizo bueno el quia pulvis.
  Envidiosas medianías
Y negras ingratitudes
En vano eclipsar pretenden
De aquel sol la viva lumbre,
  Y Montalván y comparsa,
Calumniando sus volúmenes,
Vierten en ruines libelos
El veneno que los nutre.
  Pretexto fueron las faltas
En que fácilmente incurre
Quien tiene el saber por junto
Y el donaire por azumbres,
  Para acusarle de hereje
Y jurar que huele a azufre
Quien de español y cristiano
Siempre rebosó el perfume.
  Y ¿quién como él supo honrar,
¡Oh Yago! tu cruz de gules
Que en el manteo dibuja
Y en el corazón esculpe?
  Pues aun este corto premio
De servicios no comunes
Ocasión fue para él.
De mortales inquietudes;
  Que por sostener los fueros
Del que a cántabros y astures
Contra el sarraceno impío
Defendió, armado querube,
  Guerra atroz le declaró
La monacal muchedumbre,
Dando por pendón al cisma
De una santa las virtudes;
  De una santa cuya gloria,
Para brillar en la cúspide
No ha menester que con bandos
La paz del reino se turbe.
  ¡Ay! las amargas verdades
De que derramaste almudes
Fueron, Quevedo, tus culpas,
Y no las que te atribuyen.
  Los perdidos que robando
Se convirtieron en Fúcares,
Los necios que con lisonjas
Ganaron sillas curules,
  No al madrileño Aristarco
Perdonan que los denuncie
Y que descubra la lepra
Bajo el armiño y el múrice.
  Le improperan, le persiguen,
Le saquean, los baúles,
Y a morirse  le condenan
En calabozo insalubre.
  En tanto, mártir insigne,
Tu constancia no sucumbe,
Y tu merecida fama
No cabe en el mapamundi.
  Y cuando menos lo piensa,
Al soberbio Condeduque
Llega la hora de todos,
Y despriva, y cae de bruces.
  Y aún vives tú lo bastante
Para que, él viviendo, triunfes
Y la infamia de su nombre
Haga el tuyo más ilustre.
  ¡Fiara el cuarto Filipo
A tus superiores luces
Y a tu ardiente patriotismo
La nave en que otros le hunden,
  Y ni a Portugal perdiera,
Ni Cataluña voluble,
Rebelde al propio Monarca,
Pidiera leyes al Lubre;
  Y (¡mengua al león de España
Que estremecido no ruge
Y a la degradada estirpe
Del Cenobita de Yuste!)
  No el escándalo se viera
De que a Nápoles sojuzgue
Un grosero pescador
De merluzas y de atunes;
  Y mientras inciensa el Rey
A la diosa de Amatunte,
Su juguete no le hicieran
Monseñores  y monsiures;
  Ni escala el vil lenocinio
Para trepar a la cumbre
Fuera, y blasón el cohecho,
Y ejecutoria el matute;
  Ni para locos festines,
Présagos de luto fúnebre,
Mamara a Castilla el fisco
Hasta secarle las ubres;
  Ni a la hartura de los zánganos
Que el trono ibero circuyen
Sirvieran sólo, y al lucro
De negociantes ligures,
  Los ríos de plata y oro
Que en América descubren,
Colón a Hernando Cortés,
Y a Pizarro, Vasco Núñez;
  Y en suma, no a tal oprobio
Viniera y tal servidumbre
La nación que el non plus ultra
Desmintió con tantos pluses,
  Y pasmo de Europa un día
Desde el Bósforo hasta Dubres,
¡Con las palmas de Lepanto
Tejió los lauros de Túnez!

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


Romances XIX

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