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LAMENTOS DE UN POETA

  Reniego del astro pésimo
Cuya influencia recóndita
Me aficionó a la poética,
Que ya maldice mi cólera.
  Harto más valido hubiérame
Estudiar forenses fórmulas,
Y henchir mi mente del fárrago
De jurisprudencia lóbrega.
  Con esto, y charlar ex cáthedra,
Y con un poco de mónita,
Rico viviera y espléndido
A expensas de gente estólida;
  Que en este valle de lágrimas
Campa la avaricia sórdida,
La verdad no tiene apóstoles,
La moral es una andrómina;
  Y en el agitado piélago
De las pasiones indómitas
Pesca sin temer al Ábrego
De un abogado la góndola.
  O el valor de ruines géneros
Centuplicar en la alhóndiga,
Ahogando en el frío cálculo
Tus gritos, conciencia incómoda.
  O miembro hacerme pacífico
De nuestra iglesia católica,
Y ya sería canónigo
De Cartagena o de Córdoba.
  O alistarme en el ejército;
Que si en las batallas hórridas
A muchos abren el Báratro
La bayoneta y la pólvora,
    Otros sin valor ni táctica
Labrando fortunas sólidas
Lucen entorchados áuricos;
Si no en el campo, en la ópera.
  Basta adular a los próceres
Y saber cobrar la nómina
Ya del pueblo, ya del príncipe,
Ya de facción aristócrata,
  Y antes imitar a un sátrapa
De la gente babilónica
Que el denuedo de Temístocles,
De Cimón y de Pelópidas.
  Es verdad que eternas páginas
Prestó a las antiguas crónicas
Aquel espartano célebre
Que feneció en las Termópilas;
  Mas ¿quién es hoy el estúpido
Que aspirando a fama póstuma
De su vida anhela el término,
Que ya es demasiado prófuga?
  O a ser asentista diérame,
Y con marañas diabólicas
Saqueando al Rey y al público
Llenara de oro mi cómoda;
  O estudiara terapéutica
Y nociones fisiológicas,
Y empuñara desde párvulo
La cimitarra anatómica.
  Hoy asesinando al prójimo
Mi suerte sería próspera,
Ducho en la ciencia de Hipócrates
A los profanos incógnita.
  Broussais, con tu goma arábiga
Y sanguijuelas hidrópicas
Todo lo curara; cólicos,
Úlceras, fiebres, parótidas.
O con Le Roi  sin escrúpulo,
Dejando antiguas teóricas,
Del vomi-purgante bárbaro
Sería mi mano pródiga.
  O bien sectario impertérrito
De las medicinas tónicas,
Daría a Plutón más súbditos
Que Bonaparte el de Córcega.
    Brown, Le Roi, Broussais, idénticos
Son todos, si no en su lógica,
En atestar de cadáveres
Del campo santo las bóvedas.
  O fuera yo farmacéutico,
Y por medicinas óptimas
A peso de plata un tósigo
Vendería en cada pócima.
  O, aunque antes mano quirúrgica,
Mejor dijera antropófaga,
Me dejase como a Orígenes,
Que no es desventura módica,
  ¡A Dios pluguiera que en Nápoles
Nacido, en Turín o en Módena,
Dado me hubiera a la música,
Que en Madrid manda despótica!
  Mas ¿qué digo? Sastre, acólito,
Maestro de baile, hipócrita,
Histrión, cocinero, dómine,
Rufián, alguacil, apóstata...
  Todo es mejor, oh Teótimo,
Cualquiera industria es más cómoda
Que hacer versos para el pábulo
En esta edad macarrónica.
  ¿Qué vale de las Piérides
Sentir la influencia próvida?
La inopia y el arte métrica
Ya son palabras sinónimas.
  ¡Ay! mientras nada en la crápula
O yace en inmunda cópula,
Un creso niega a tu mérito
La suspirada bucólica.
  Aunque cual Homero célebre
Cantes el luto de Andrómaca,
O excedas al alto Píndaro
Y al autor de las Geórgicas;
    Ni de la imprenta los tórculos
Te han de adquirir una almóndiga,
Ni tener capa te es lícito
Que te guarde de la atmósfera.
  Ni te darán dulce tálamo
Tropos y flores retóricas;
Que huyendo de ti las vírgenes
Se irán a la zona tórrida.
  Ni aun si canto epitalámico
Produce, o farsa alegórica
Do vean su panegírico
Padres, consortes, y prónuba,
  Logra un coplero parásito
De su hambre acabar la prórroga,
Aunque hinchado y metafísico
Veinte veces más que Góngora.
  ¿Qué son ya las glorias épicas?
¿Qué las dulzuras eróticas?
¿Qué son los ejemplos trágicos,
Y qué en fin las sales cómicas?
  Ya clama ignorante clérigo
Que con impiedad insólita
Atentas en cada párrafo
A la doctrina canónica;
  O ya gacetero díscolo
En sus columnas periódicas
A tus obras llama inútiles,
Descomunales o apócrifas.
  Pides protección leyéndolas
A un señor de sangre gótica,
Y oye tus endecasílabos
Como si fuera un autómata.
  Te sometes a la férula
De algún erudito cócora;
Y mide los raptos líricos
Con el compás de un geómetra.
  Si con inocente júbilo
En sencilla anacreóntica
Cantas el vino y los céfiros
Y el arrullo de la tórtola,
  Adormecen tus versículos
Como bebida narcótica,
O desaparecen rápidos
Cual las ilusiones ópticas;
  Que ya sólo gusta a Flérida,
La de la cintura mórbida,
Alguna charada, insípida
alguna novela exótica.
  Mordaz se llama a la Sátira,
A la Epopeya monótona,
Al Idilio sandio y rústico
Y a la Elegía platónica.
  ¿Y qué hace el triste dramático
Entre cabezas tan cóncavas
Cuando huella el orbe escénico
La manía filarmónica?
  ¿Quién no arrolla al vate indígena,
Ya con calumnias anónimas,
Ya con silbidos horrísonos,
O ya con risa sardónica?
  Y en tanto al gorjeo lánguido
De una cantarina nómada,
Plebe rutinaria y frívola,
¡Cuál victoreas atónita!
  ¡Qué de riquezas a un músico!
¡Qué de honores, santa Mónica!
¡Y en tanto a mi triste estómago
Aqueja gazuza crónica!
  Y en tanto al terrible tránsito
Mi vida veo muy próxima
Si no renueva algún síndico
La antigua sopa económica.

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


Romances VII

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