SONETO
Un soplo que venía de lo alto honda llama
infundió en los oscuros canales de mis huesos;
y supe del dolor de arcanos embelesos,
y gusté el voluptuoso martirio del que ama.
El fuego que en su gruta mi corazón inflama
ciñome en una ardiente constelación de besos;
sentí en mi ser los signos de la elección impresos;
mudado en lunas místicas vi el sol de mi oriflama.
Largos días mi boca pegada estuvo al filo
—ceniza y miel— del ánfora profunda de la muerte;
midió mi ojo el vórtice del abismal asilo.
Mas el mudo relámpago de Dios prendió mi tea,
y de mi avara sombra alzó el Señor el fuerte
monte en que ahora a su hálito mi espíritu flamea.
Mario Carvajal