VIII. DE LA SABROSA TREGUA
Cuando, ya sea en la mañana pura,
Ya en la temida noche del espanto,
La mujer admirable de mi canto
Se adelanta sin velo ni atadura,
Descuida el alma su pelea obscura,
Las armas rinde, y su fervor es tanto
Que se aventura en un dominio santo
Donde no tiene llanto la hermosura.
Y si la dueña de mi pensamiento
Pone su labio en el oído atento
Del alma, entonces un sabroso idioma
Conmueve y mueve al que lo va escuchando,
Como la voz de la paloma, cuando
Nos llega enamorada la paloma.
Leopoldo Marechal