LA PERFECTA
Moriré sin verlo, dijo
la moribunda a su amiga.
Bien sé ya que no me quiere,
pues que mi mal no adivina.
—En tanta crueldad no creo,
vendrá al fin, la otra réplica.
Él, de no haberme querido,
ninguna culpa tenía.
Dulce es que su amor me mate,
y basta para mi dicha
morir besando la flor
que me dio por cortesía.
Leopoldo Lugones