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EL LORO

Socarrón, perspicaz, sonoro,
A la casa aturde y alegra
Con su ladina lengua negra,
Sobre su aro o su percha el loro.

Sabe cantar un tango entero,
Los nombres nunca desacierta,
Y según llamen a la puerta,
Grita: ¡la leche!  o ¡el cartero!

Ya repite la carcajada
Y el rezongo de la vecina,
Ya, remedando a la gallina,
Miente otro huevo a la nidada.

O apreciando al pelafustán,
Son su sagaz ojo de vieja,
Le suelta, mientras lo festeja,
Una medalla y un refrán.

Y es de admirar con qué decoro
No desprovisto de ironía,
Dice a la fámula tardía:
«No se olviden del pan del loro».

Mas, aunque el pan sea muy rico,
Apenas hay mejor regalo
Que el de darle a mondar un palo
Donde pueda gastarse el pico

También sirve un aro de pipa;
Pues, si no se hace de este modo,
El mismo se despluma todo
Y al primer frío se constipa.

En el nativo quebrachal,
Labra su nido, sin empacho,
Agujereándose un quebracho
Sobre la línea transversal.

De eso le queda la costumbre;
Y así, con cháchara traviesa,
Cala una pata de la mesa
O una viga de la techumbre.

Suspenso allá cabeza abajo,
Mientras le ofrecen una caña,
Con irritante sorna engaña
Su balanceo de badajo.

Pero, como es una persona,
En el fondo amable y sensata,
Sabe también «poner la pata»
En el dedo de la patrona.

Y habla con tal circunspección
Y propiedad tan perentoria,
Que oigan ustedes esta historia
Que es cosa cierta, no invención:

Un chiquillo que no sabía
Que existiese un pájaro que habla,
Con su lindo fusil de tabla
Junto a un loro se divertía.

Alborotado el pelo de oro,
Parose ante él, impertinente,
Cuando de pronto, gravemente,
«¿Cómo te va?» le dijo el loro.

Ante aquel aire de doctor,
Que le infundió profundo engorro,
Quitándose el chiquillo el gorro,
Respondió: «Bien. ¿Y a usted, señor?»...

Porque no en vano él atesora,
Cuando libre remonta el vuelo,
En la frente un poco de cielo
Y en el ala un poco de aurora.

Como una joya que bien labra,
Oro y rubí su pluma integra;
Y su ladina lengua negra
Saca el oro de la palabra.

Oro de loro que es tesoro
De alegría y de ingenio claro.
Fútil metal que acuña en su aro
Con derroche estridente el loro.

autógrafo

Leopoldo Lugones


«El libro de los paisajes» (1917)
Alas


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