PAISAJES
VI
PLENO SOL
El calor, de vibrante, parecía sonoro.
El cielo era una tenue soflama de alcohol.
Y la siesta como una gruesa castaña de oro,
Se entreabría en el ámbito, crepitada de sol.
Bajo el soto cuya íntima sombra la espiaba, acaso,
Palpitante en la linfa vivaz del manantial,
La náyade torcía su trenza de oro al paso,
Y era el agua desnuda su cuerpo de cristal.
Una lánguida brisa, pálida entre sus tules,
Corriendo por los campos a su azaroso albur,
Removía en los céspedes suaves plantas azules,
O en un largo carrizo silbaba el viento del Sur.
La siesta declinaba, y en la aguja vibrante
De un noble álamo, el trino del jilguero feliz,
Desmenuzaba claros maíces de diamante,
Anunciando a los surcos el oro del maíz.
En generoso aliento se exhalaba el tomillo.
La tarde puso un poco de rosa en su pincel.
Y un haz de sol poniente, ya manso y amarillo,
Se tendió ante la casa como un largo lebrel.
Leopoldo Lugones