GLORIA OTOÑAL
Tarde inmensa en la calma del mundo.
Una calma divina, rumiada
Por el buey, en bocado profundo
De sol claro y de hierba dorada.
La paja del campo sereno
Caminaba sin fin por la loma.
La grave tibieza del heno
Suspiraba hondamente su aroma.
Onduló el pajonal ya más blando,
Ay al tenderse con rubios reflejos,
En su rizo de oro, allá lejos,
La luz se peinaba cantando.
Leopoldo Lugones