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HORTVS DELICIARVM

El crepúsculo sufre en los follajes.
Tus manos afeminan las discretas
Caricias de las noches incompletas,
Bajo una fina languidez de encajes
Y un indulgente olor de violetas.

Nieva tu palidez sobre las horas.
Mi deseo perfuma, y mi pupila,
Al fulgor de la tarde que vacila,
Complica en sutilezas tentadoras
La breve arruga de tu media lila.

Algo llora en llora en los árboles espesos.
El alma, enferma de divinos males,
Quiere unir en las copas inmortales,
A la inquietud ambigua de tus besos
El sabor de las églogas pradiales.

Llega un triste mensaje: ha muerto Ofelia.
La flor de oro del Sol, desde el poniente,
Quema en su polen de oro, inúltimente,
Tu integridad estéril de camelia,
Y agoniza dorándote la frente.

Hoy cantan los maitines de las flores.
Deja arrastrar tu falda entre mis penas,
Y al ritmo de la sangre de mis venas
Trovaré el virelay de tus pudores
Y canonizaré tus azucenas.

Las tardes se marchitan desoladas.
Dame el saludo de cortés desvío,
Y verás cuál resbala por el frío
Ópalo de tus uñas delicadas,
Mi alma como una gota de rocío.

El violín detalla una gavota,
Mi corazón fallece en un gemido,
Porque al beso de sombra del olvido,
Bajo el ancho muaré de tu capota
Tu mirada y la tarde se han dormido.

autógrafo

Leopoldo Lugones


«Los crepúsculos del jardÍn» (1905)

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