ODA A LA DESNUDEZ
¡Qué hermosas las mujeres de mis noches!
En sus carnes, que el látigo flagela,
pongo mi beso adolescente y torpe,
como el rocío de las noches negras
que restaña las llagas de las flores.
Pan dice los maitines de la vida
en su rústico pífano de roble,
y Canidia compone en su redoma
los filtros del pecado, con el polen
de rosas ultrajadas, con el zumo
de fogosas cantáridas. El cobre
de un címbalo repica en las tinieblas,
reencarnan en sus mármoles los dioses,
y las pálidas nupcias de la fiebre
florecen como crímenes; la noche,
su negra desnudez de virgen cafre
enseña engalanada de fulgores
de estrellas, que acribillan como heridas
su enorme cuerpo tenebroso. Rompe
el seno de una nube y aparece
crisálida de plata, sobre el bosque,
la media luna, como blanca uña,
apuñaleando un seno; y en la torre
donde brilla un científico astrolabio,
con su mano hierática, está un monje
moliendo junto al fuego la divina
pirita azul en su almirez de bronce.
Surgida de los velos aparece
(ensueño astral) mi pálida consorte,
temblando en su emoción como un sollozo,
rosada por el ansia de los goces
como divina brasa de incensario.
Y los besos estallan como golpes.
Y el rocío que baña sus cabellos
moja mi beso adolescente y torpe;
y gimiendo de amor bajo las torvas
virilidades de mi barba, sobre
las violetas que la ungen, exprimiendo
su sangre azul en sus cabellos nobles,
palidece de amor como una grande
azucena desnuda ante la noche.
¡Ah! muerde con tus dientes luminosos,
muerde en el corazón las prohibidas
manzanas del Edén; dame tus pechos,
cálices del ritual de nuestra misa
de amor; dame tus uñas, dagas de oro,
para sufrir tu posesión maldita;
el agua de sus lágrimas culpables;
tu beso en cuyo fondo hay una espina.
Mira la desnudez de las estrellas;
la noble desnudez de las bravías
panteras de Nepal, la carne pura
de los recién nacidos; tu divina
desnudez que da luz como una lámpara
de ópalo, y cuyas vírgenes primicias
disputaré al gusano que te busca,
para morderte con su helada encía
el panal perfumado de tu lengua,
tu boca, con frescuras de piscina.
Que mis brazos rodeen tu cintura
como dos llamas pálidas, unidas
alrededor de una ánfora de plata
en el incendio de una iglesia antigua.
Que debajo mis párpados vigilen
la sombra de tus sueños mis pupilas
cual dos fieras leonas de basalto
en los portales de una sala egipcia.
Quiero que ciña una corona de oro
tu corazón, y que en tu frente lilia
caigan mis besos como muchas rosas,
y que brille tu frente de Sibila
en la gloria cirial de los altares,
como una hostia de sagrada harina;
y que triunfes, desnuda como una hostia,
en la pascua ideal de mis delicias.
¡Entrégate! La noche bajo su amplia
cabellera flotante nos cobija.
Yo pulsaré tu cuerpo, y en la noche
tu cuerpo pecador será una lira.
Leopoldo Lugones