VII
En el interior de la ciudad hay un laberinto de citas y palabras perdidas. Las llamadas telefónicas que nadie contesta, los
timbres que se estrellan en la ciudad oscura de los pasillos, el cliente desconocido y regular que deja de tomarse la última copa
en la barra de siempre, las sillas vacías, los coches muertos, todo lo que funda un hueco en el alma de la ciudad, todo lo que aparece
como el cuerpo atropellado de un perro, el aceite impuro de los aparcamientos subterráneos, los ángeles abandonados en
los jardines públicos, todo va formando una red de silencios, un laberinto de secretos y pérdidas.
La multitud cruza por delante de los rosales secos, camina ensimismada, no pregunta por la hora del amor o de los desengaños, no se
detiene a mirar la sombra de los desamparados. La multitud y los desamparados siguen el camino de las serpientes telefónicas, de
los timbres que no hallan respuesta. Desembocan en el laberinto que teje la ciudad con sus citas y sus palabras perdidas.
Granada es una rosa sin contorno, el pétalo que pisan la multitud y los desamparados.
Luis García Montero