VI
Granada se mira en el espejo de una metáfora. En alto, anclada en un bosque como un barco en el agua verdosa de los puertos, la
Alhambra guarda silencio frente a la ciudad y se deja mirar, responde igual que una metáfora a los ojos inquietos de los que deben buscarla.
Aparece detrás de una esquina, entre dos edificios, encima de una plaza, en el parabrisas del coche que espera un semáforo.
Aparece de pronto, erguida y noble, encerrada en sí misma, capaz de sugerir agua libre y descanso a todos los corazones que tienen clavado un anzuelo de humo.
En el cristal de las ventanas, en los escaparates, en los espejos de los bares nocturnos se reflejan las caras de los que necesitan
oxígeno, el pez de plata que se dobla y se acaba en la dureza seca de los adoquines. Quien le mira a los ojos puede encontrar la Alhambra.
Todo lo que se conquista se pierde. Fuentes y arrayanes que murmuran la belleza y murmuran la muerte.
Luis García Montero