II
El recuerdo es un veneno que se compone con nuestros propios
años, la consciencia de que la vida es el decorado de nuestra
propia soledad.
Voy junto a un río que ya no exista hacia una biblioteca que
está cerrada, y nunca podré volva a la casa de la que
acabo de salir porque hace muchos años que desapareció, y
le han cambiado el nombre a la calle, los números a los
portales, son distintos los bares, la luz es otra y las parejas que se
amaban han dejado de abrazarse a la misma hora en la misma sombra.
Es verdad, la ciudad que nos hizo nos deshace y en los escombros vuelve
a edificarnos. Puedo andar por el camino del otoño pasado, pero
sé que los amantes de hoy buscan en sus besos los labios de
entonces. El deseo se humilla para permanecer y se transforma en
conciencia al descubrir que sueña desde un cuerpo envejecido,
desde una plenitud inexistente.
En medio, yo. Y sí, la vida es un sueño, pero no por
falta de verdad, no porque sean mentira las realidades intensas de sus
cicatrices, sino porque en los sueños conviven todos los tiempos
de una misma ciudad, y todo se almacena detrás de una mirada, en
el sótano de nuestra propia soledad, y son de carne y hueso las
calles hace años desaparecidos, y el hombre que va junto a un
río que ya no existe puede olvidar por un momento que su vida,
lo que él llama su vida...
Granada se parece a un recuerdo al hacerse presente. El el
jardín de hoy cae la lluvia lentísima del invierno pasado.
Luis García Montero