EL FUSILAMIENTO
Explanada de pitas como espuma
de lava verde, y el volcán es mío,
el pelotón redobla y se despliega,
el capitán del sol abrasa el áspero
dril de los uniformes y refluye
calor en la madera de fusiles
ya contra el suelo ya contra los hombros.
El día duele de alto y de amarillo
y la luz es espejo que se rompe
furioso entre las piedras, mil pedazos
vuelven a reflejar el mismo cenit,
el mismo mediodía sin sonrisa.
El sudor baña rostros y se enfunda
en la miseria de los corazones.
Así me van a fusilar, debieron
de fusilarme ayer el tiempo pasa.
"Un instante
primero que la voz de mando suene".
Los amigos me buscan en las fosas
comunes y sortean mi cadáver
porque así debió ser y vuelvo a casa
seguramente tarde, demasiado,
y tal vez expulsado del colegio
y lloro en brazos de una madre, niño,
que en la sombra me llama y no es la mía
o es que acaso no soy yo quien acude
con el traje escolar que se parece
al que llevaba el mediodía aquél
cuando las quince bocas me apuntaban
la lección de la muerte y sus respuestas
de plomo y sangre y sueño y odio acaso
por la explanada de la pita, entonces
al volver he caído, el niño nunca
lo pensó: era la guerra. Hubiera sido
mi padre quien cayera... al fondo emerge
la casa familiar, joven encuentra
su muerte en una guerra no cumplida,
enlutados los hijos ahora cruzan,
ahora cruzamos. Tuvo un hijo, éste
que persigue el semblante y unos ojos
que miraron serenos a mi madre.
Está a la puerta de un destino extraño,
un destino no suyo que se pone
igual que una guerra y reglamenta
usada vida impropia y tal vez muerte
impostora, porque era quien caía
yo y bien que lo noto ahora en el pecho
y en la frente. Las quince no acertaron,
cinco sueños perforan aquel cuerpo
que tuve, al que llegué desde un endeble
esqueleto de niño que soñaba
escenas de una guerra aún no ocurrida.
De la explanada del fusilamiento
llego con sangre seca por las sienes
con la camisa rígida de sangre
—lávala, madre, y el botón sujeta
con tu hilo de paciencia y sacrificio—
seca sangre en el borde de los huecos
por donde resbaló la vida leve
de aquella adolescencia entre fusiles.
Has metido los dedos en las simas,
pequeñas, restañadas, tan oscuras
madre, que son la noche hecha de pétalos
heridos y co]gados de tus manos
¿te las miras ahora todavía
con inconmensurables ojos secos
de un llanto exterminado por la muerte?
Y cruzan los soldados voluntarios
formando el pelotón que me ejecuta,
van a dejar sus armas en los viejos
arsenales del odio y a la sombra
de un volcán apagado por mis ojos.
Arrastro desde entonces tanto cuerpo
acribillado que me pongo fuera
del tiempo carretera tan angosta
para andar a favor de la esperanza
y comprender que soy sólo un cadáver.
Leopoldo de Luis