LA MUJER SIN CABEZA
Encontré tu cabeza en el lavabo.
No perdí yo la mía. Marqué el cero
noventa y uno. «Policía al habla»,
dijo una voz cansina al otro lado
del teléfono. Dije: «Yo no he sido,
pero hay una cabeza de señora
recién decapitada en mi lavabo».
«No toque nada. Vamos para allá».
Colgué. Tenía sólo unos minutos
para hacer lo que debe hacer un hombre
que quiere a una mujer cuya cabeza
ha sido seccionada limpiamente
del resto de su cuerpo de un hachazo:
besar tu boca, que por vez primera
en muchos años no me torturaba
con su insípida charla, darte un breve
pellizco cariñoso en la mejilla,
decirte adiós e ir a pegarme un tiro
antes de que llegaran los maderos.
Luis Alberto de Cuenca