¡SALVAJE!
Al Dr. Manuel Domínguez
En las entrañas de la selva virgen,
La luz espera en su dormir de siglos,
—Último resto de una raza altiva—
¡El indio bravo!
Toda la noche del pasado oscuro
Se reconcentra en su pupila negra,
Meditabunda, de siniestro brillo,
¡Llena de odios!
Todo el dolor de su indomable raza
Vibra en su acento, y su palabra tiene
El tono agrio de un reproche eterno
Y el de un gemido.
Y ahí va, inclinado, por la breña ingrata,
Por la llanura desolada y triste,
Huyendo siempre, sin cesar buscando
Luz que no encuentra.
Judío errante, vagabundo paria,
Huérfano solo que el amor implora,
Padre que llora y de sus hijos oye
¡La carcajada!
Todo lo ha dado: con su tierra hermosa
Su ardiente sangre, su atrevido arrojo,
Su incomparable abnegación sublime,
¡Su dulce lengua!
De su pasado le quedó tan solo
El implacable, abrumador recuerdo,
Que la tristeza de su vida amarga.
¡Que le tortura!
Pero resígnate ¡oh salvaje impuro!
¡Tú no eres hombre como el otro hombre,
Sobre el madero para ti no abre
Jesús los brazos!
Lleno de odios morirás un día,
Como el venado que tu flecha hiere,
¡Y el cuervo negro saciará su hambre
Con tus entrañas!
Tú no eres hombre como el otro hombre,
Tú no eres digno del amor cristiano:
Rabia y perece, que tus hijos niegan
Llevar tu sangre.
Pintado el rostro, la melena lascia,
Desnudo el cuerpo y en la mano el arco:
¡Así el bautismo recibir no puedes
Que regenera!
Estás desnudo. Más feliz la fiera
El bosque cruza con su piel de gala:
Tú con el cuerpo, que el dolor abate.
Bronceado y sucio.
¡Ah, no te acerques a la orilla amada
Del patrio río, a iluminar tu sombra:
La Cruz no tiene ni un fulgor siquiera
Para tu estirpe!
Tú ya no cabes en el templo santo,
Donde la hostia el mercader levanta:
¡Que se resigne a perecer salvaje
El indio bravo!
Asunción, Setiembre de 1902.
Juan E. O'Leary