LA NORIA
He tocado los límites del tiempo.
Y vuelvo del dolor como de un viaje
alrededor del mundo...
Pero siento
que no salí jamás, mientras viajaba,
de un pobre aduar perdido en el desierto.
Caminé largamente, ansiosamente,
en torno de mi sombra.
Y los meses giraban y los años
como giran las ruedas de una noria
bajo el cielo de hierro del desierto.
¿Fue inútil ese viaje imaginario?...
Lo pienso, a veces, aunque no lo creo.
Porque la gota de piedad que moja
mi corazón sediento
y la paz que me une a los que sufren
son el premio del tiempo en el desierto.
Pasaron caravanas al lado de la noria
y junto a la noria durmieron los camellos.
Cargaban los camellos las alforjas de diamantes.
Diamantes con el alba, rodaban por el suelo...
Pero en ninguna alforja
vi nunca lo que tengo:
una lágrima honrada, un perdón justo,
una piedad real frente al esfuerzo
de todos los que viven como yo
—en el sol, en la noche, bajo el cielo de hierro—
caminando sin tregua en torno de la noria
para beber, un día,
el agua lenta y dura del desierto.
Jaime Torres Bodet