ANGÉLICA.
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LA ORACIÓN.
I.
En religioso silencio, En calma triste y profunda, Praderas, montes y valles, Ni suspiran ni murmuran. Miles de blancas estrellas Brillan con luz moribunda; Otras allá en Occidente Se desvanecen confusas. El alba apenas sonríe, Velando mal su hermosura El casto velo que bordan Ligeras franjas de púrpura. La brisa vuela impaciente, Tímida, indecisa y muda, Y ni las hojas agita, Ni el hondo silencio turba, Y más el alma la siente Que los oídos la escuchan.
II.
Sobre sus tallos dormidas Las flores el aura arrulla; Y en leves ondulaciones Con suavidad las columpia. Despierta una flor, y alzando Al cielo la frente pura, En éxtasis inefable Las lozanas hojas junta; Y del pudoroso seno Brotando la esencia oculta, Manda a la aurora el suspiro De su amor y su ternura. Entonces maravillosa Sobre su frente fulgura Una gota de rocío Con que el alba la saluda; Perla que baña sus hojas Y el tierno cáliz fecunda.
III.
La clara luz de la aurora Prados y valles inunda, Arroyos, auras y flores Puros acentos modulan. La tierna Angélica muestra Tan delicada frescura, Que es, por lo hermosa, la reina De aquella pradera inculta. Las flores todas la miran, Las mariposas la buscan, Las auras en ella sola Sus blandas alas perfuman; Y porque sus ondas bese, La fuente a sus pies murmura, Ofreciéndole en tributo Sueltos encajes de espuma La flor sonríe, se inclina, Y entre el follaje se oculta.
22 Abril, 1850.
José Selgas y Carrasco