LA MODESTIA
Por las flores proclamado
Rey de una hermosa pradera,
Un clavel afortunado
Dio principio a su reinado
Al nacer la primavera.
Con majestad soberana
Llevaba y con noble brío
El regio manto de grana,
Y sobre la frente ufana
La corona de rocío.
Su comitiva de honor
Mandaba, por ser costumbre,
El céfiro volador,
Y había en su servidumbre
Hierbas y malvas de olor.
Su voluntad poderosa,
Porque también era el uso,
Quiso una flor para esposa;
Y regiamente dispuso
Elegir la más hermosa.
Como era costumbre y ley,
Y porque causa delicia
En la numerosa grey,
Pronto corrió la noticia
Por los estados del rey.
Y en revuelta actividad,
Cada flor abre el arcano
De su fecunda beldad,
Por prender la voluntad
Del hermoso soberano.
Y hasta las menos apuestas
Engalanarse se vían
Con harta envidia, dispuestas
A ver las solemnes fiestas
Que celebrarse debían.
Lujosa la corte brilla,
El rey admirado duda,
Cuando ocultarse sencilla
Vio una tierna florecilla
Entre la yerba menuda.
Y por si el regio esplendor
De su corona le inquieta,
Pregúntale con amor:
«¿Cómo te llamas?» —«Violeta»,
Dijo temblando la flor.
—«¿Y te ocultas cuidadosa,
Y no luces tus colores,
Violeta dulce y medrosa,
Hoy que entre todas las flores
Va el rey a elegir esposa?»
Siempre temblando la flor,
Aunque llena de placer,
Suspiró, y dijo: —«Señor,
Yo no puedo merecer
Tan distinguido favor».
El rey suspenso la mira
Y se inclina dulcemente;
Tanta modestia le admira,
Su blanda esencia respira,
Y dice alzando la frente:
—«Me depara mi ventura
Esposa noble y apuesta,
Sepa, si alguno murmura,
Que la mejor hermosura
Es la hermosura modesta».
Dijo, y el aura afanosa
Publicó en forma de ley,
Con voz dulce y melodiosa,
Que la violeta es la esposa
Elegida por el rey.
Hubo magníficas fiestas,
Ambos esposos se dieron
Pruebas de amor manifiestas:
Y en aquel reinado fueron
Todas las flores modestas.
Setiembre, 1849
José Selgas y Carrasco