LA INOCENCIA
Corre manso y suave
Arroyo cristalino,
Espejo solitario
Entre flores perdido;
Tan claro y tan hermoso,
Y tan puro y tan tímido,
Como el alma inocente
Del inocente niño.
Tus márgenes fecundas
A tu influjo benigno
Coronadas se ostentan
De pomposos jacintos;
Dobléganse los tallos
Trémulos, indecisos,
Y en tu corriente flotan
Capullos infinitos.
Rosas, nardos, laureles,
Entrelazados mirtos,
Cándidas azucenas
Y violetas y lirios,
Sobre el borde asomados
De tu raudal tranquilo,
Tu corriente matizan
De colores distintos.
El aura, de quien eres
Amado y bendecido,
Te besa, y al besarte
Se lleva tus suspiros.
Las aves en tus ondas
Dan a sus plumas brillo;
Solícitas las beben
Para endulzar sus trinos.
—«¿Quién eres, manso arroyo?
¿Qué poderoso filtro
Te da tanta pureza,
Te da tantos hechizos?»
Así Lálage un día,
La de mirar divino,
La de la tez de rosa,
La de los blondos rizos,
Siguiendo del arroyo
Los caprichosos giros,
Le hablaba y le decía
Con sin igual cariño.
Mas una voz tan dulce
Como es dulce un suspiro
Gimiendo entre la espuma,
—«Es la inocencia», dijo.
Y desde entonces Lálage,
Con afán infinito,
Baña sus labios puros
En el raudal tranquilo.
Setiembre, 1849
José Selgas y Carrasco