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A LA PRIMAVERA

Huyó, por fin, el perezoso Invierno:
Las pardas nubes que apiñadas antes
Coronaban los turbios horizontes
En gigantescas masas divididas,
Disipándose van. Ya no se escucha
Mugir soberbio en las quebradas rocas,
Ni trémulo azotar las ramas secas,
Al Ábrego sañudo; ni a su empuje
Rechinando girar en la alta torre
La atrevida veleta. Leves giran
Por el tranquilo azul del firmamento
Tímidas bandas de fugaz blancura,
Recamadas de púrpura y de oro.
Con ellas ciñe virginal Aurora
Sus contornos de luz cuando en Oriente
Al mundo anuncia la feliz mañana,
Y el mundo todo de placer sonríe.
Portadora de dulces armonías,
El aura en fácil y apacible vuelo
Sus alas tiende, y bulliciosa mide
De la ancha vega la llanura hermosa,
Y todo al soplo de su amor verdea.
En risueña cascada se desprende
Del alto monte el saltador arroyo,
Y al prado llega, y lo fecunda y baña:
Y ora entre juncos murmurando corre,
Ora en remansos por correr se inquieta,
Ora su dócil curso prosiguiendo,
Las caprichosas márgenes matiza
De tiernas flores que a su paso brotan,
Y al dulce influjo de su aliento crecen.

  Y pomposa la vid, fresca y lozana,
Del olmo ciñe el corpulento tronco;
Trepa a sus ramas, y en la altiva copa
Briosa muestra su naciente fruto.
Riza sus ondas sin descanso el río,
Doblan su tallo las esbeltas cañas;
Él les da perlas de su rica espuma,
Y ellas temblando de placer suspiran
Y en dulces besos y sentidos ayes,
Sus dichas cantan y su amor le dicen.
Todos cubiertos de riqueza y gala,
Pródigos de perfumes, a lo lejos
Formando bosques, los naranjos tienden
Sus verdes ramos, de azahar vestido
El dulce fruto semejante al oro.

  Y las aves en tanto ya se ocultan
En el follaje oscuro, ya ligeras
Con vuelo desigual cortan el viento,
Ya, caprichosos círculos formando,
Lucen sus alas de brillantes plumas,
Lucen su voz en armoniosos trinos.
Naturaleza toda se levanta
Fecunda en flores, de perfumes llena
Y respirando amor. Abre el tesoro
De sus inmensos bienes, y afanosa,
Como tributo de su amor, lo ofrece
Al apacible cielo que la admira,
Al encendido sol que la fecunda.
Lo mismo que en la edad de la inocencia,
Por deliciosos sueños de esperanza
Atraviesan risueñas ilusiones,
Así en el campo de colores lleno
Ahora se siente resbalar tranquilo,
Brillante y claro, el bullicioso día,
Tibias y castas las serenas noches,
Dulces las horas.

                          Primavera hermosa,
Primavera feliz, ¡bendita seas!
Don celestial, magnífico presente;
Estación de los dulces pensamientos,
Estación del amor. Harto cansada
De las pálidas horas del invierno,
El alma te esperó. Tu influjo blando
Despierta al triste corazón dormido
En el sueño mortal de sus pesares.
Renacen ¡ay! como tus bellas flores
Las bellas esperanzas. La alegría
Brota del blando sol de tus mañanas,
Y es preciso olvidar. No más recuerdos
De penosa inquietud. ¿Acaso sólo
Es patrimonio de la vida el llanto?
Quien las penas nos dio, ¿no dio el consuelo?
Renace, corazón, olvida y vive;
Puedes amar también; Naturaleza
Tiene templos de amor, y en sus altares
El alma del pesar se purifica.

¡Cuán dulce y perfumado el pensamiento
Vuela en las brisas, y en las flores bebe
Misterios infinitos de ternura!...
¡Sé bien venida, Primavera hermosa!
¡Primavera feliz, bendita seas!

Setiembre, 1849

autógrafo

José Selgas y Carrasco


«La primavera» (1850)

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