AMOR DEL POETA
¿No conocéis a Laura? ¿No habéis visto
La dulce risa de sus labios rojos,
Ni la tierna inquietud con que dilata
La luz fecunda de sus negros ojos?
Su semblante es de amor; en él retrata
La fe de su ternura,
Tiene de paz y bien el alma llena;
Pálida es su hermosura,
Pero es la palidez de la azucena.
En su talle gentil halló la rosa
La casta languidez con que se mueve;
Y la blancura hermosa
Copió en su seno la preciada nieve:
El aura cariñosa
Recogió de su aliento
Los vuelos apacibles y suaves,
Y al escuchar su acento,
Trinar supieron las pintadas aves.
Tan pálida y tan bella,
Sus gracias todas le prestó la aurora.
Ríen las flores al mirarlas ella;
Y con dulce armonía
La fuente gime cuando Laura llora.
Su cándida alegría
Es el nacer del sol; si mira triste,
Es la tristeza con que muere el día.
Rasgando el manto de la nube oscuro,
No es más bello el azul del firmamento.
Su corazón es puro;
Como su corazón su pensamiento.
¿Y no la conocéis? ¿No habéis
sentido
El suspiro doliente
De sus hermosos labios desprendido?
¿La esperanza jamás os la fingía?
¿Y en el sueño de amor más inocente
No la pudo entrever la fantasía?
¿Y en apacible calma,
Llenos de amor sentís los corazones,
Y guardáis en el alma
Profundas y queridas ilusiones?...
A mí se apareció; la infancia apenas,
Me regalaba hermosas
Sus últimas coronas de azucenas,
Sus ya pálidas rosas.
Y yo la vi: mi corazón temblaba
Al sol de sus miradas cariñosas;
Llena de luz y de hermosura estaba.
Sobre mí se inclinó, besó mi frente;
En ella dejó escrito
El sello de un afán puro y ardiente,
El germen de un amor que es infinito.
Huyó después. Y desde entonces siento
De su casta hermosura
El corazón sediento;
En los misterios de la noche oscura
La escucho suspirar; sombra lejana
Por el bosque sombrío
Me la finge la luz de la mañana
Búscala ansioso el pensamiento mío
Por la verde pradera,
Por la margen del río,
Cuando la tarde tímida y ligera
Llueve sobre las flores su rocío.
Vive en mi corazón, vive en mi vida;
Mis penas desvanece,
A tan profundo amor agradecida,
Y calma mi desvelo;
Si a mis inquietos ojos comparece,
Su blanca mano me señala el cielo,
Y rápida otra vez desaparece.
El fuego de su lánguida belleza
Derrama en mis ensueños un tesoro
De ternura y grandeza,
De armonías, perfumes y colores;
Cielos azules recamados de oro,
Campos cubiertos de lozanas flores.
Visión consoladora,
Manantial de mis dulces alegrías,
Estrella bienhechora,
Luz que ilumina mis oscuros días...
¡Qué fuera yo sin ti!... Planta sin fruto,
Nebulosa mañana,
Corazón lleno de amargura y luto,
Hijo infeliz de la miseria humana.
José Selgas y Carrasco