DOÑA LUZ
XI
¡Dame la mano, o cógete del brazo, de mi brazo. Entra al coche. Te llevaré a dar el último paseo por el bosque. Querías vivir, lo supe. Insistías en que todo era hermoso, pero tu sangre caía como un muro vencido. Tus ojos se apagaban detrás de ti misma. Cuando dijiste “volvamos” ya estabas muerta.
¡Qué dignidad, qué herencia! Nos prohíbes las lágrimas ahora. No nos queda otro remedio que ser hombres.
Jaime Sabines