Amanece la sangre doliéndome
y el cigarro amargo.
La herida de los ojos abierta para el alcohol del sol.
Y una fatiga, un cansancio, un remordimiento de estar vivo.
¿A quién le hago el juego, Tarumba?
(Perdóname. Tú sabes que digo esas cosas por decir algo.
Es un remordimiento de estar muerto).
Mi mujer y mi hijo esperan allá fuera,
y yo me quejo.
Voy a comprar unas frutas para los tres;
me gusta ver que mi hijo brinca en el vientre de su madre
al olor remoto de los mangos.
(Cuando nazca mi hijo, Tarumba, tú le vas a enseñar
los árboles y los caballos).
Jaime Sabines