La mujer gorda, Tarumba,
camina con la cabeza levantada.
El cojo le dice al idiota: Te alcancé.
El boticario llora por enfermedades.
Yo los miro a todos desde la puerta de mi casa,
desde el agua de un pozo,
desde el cielo,
y sólo tú me gustas,
Tarumba, que quieres café y que llueva.
No sé qué cosa eres,
cuál es tu nombre verdadero,
pero podrías ser mi hermano o yo mismo.
Podrías ser también un fantasma,
o el hijo de un fantasma,
o el nieto de alguien que no existió nunca.
Porque a veces quiero decirte: Tarumba,
¿en dónde estás?
Jaime Sabines