EL ERROR VESPERTINO
Unos jinetes bravíos me escoltaban durante la visita al país de las ruinas legendarias. Nos detuvimos a maravillar los arabescos y perfiles de un puente de arcos ojivales.
Invadimos la ciudad fatídica por una avenida de cipreses violados. Yo me extasiaba en el ambiente de pureza, a la vista de un cielo de tintes ideales. La imagen de un alminar brillante se dibujaba en el río de linfas indolentes.
Yo adelantaba, peregrino del desencanto, en el sosiego inverosímil.
Un cortejo nupcial, pregonado por los sones de una melodía sensible, me despertó del ensueño, me volvió a la presencia del infortunio. La joven se dirigía al cautiverio en un carro de usanza agreste.
Yo traté de seguir los vestigios sutiles del cortejo a la luz del crepúsculo de éter y me encontré solo y a ciegas en el circuito de unas tumbas idénticas.
José Antonio Ramos Sucre